Tal vez nos pueda la imaginación. El caso es que en todo cuanto nos rodea adivinamos historias ocultas. A veces la cámara sorprende alguna y la saca a la luz. Y, aunque se dice que una imagen vale más que mil palabras, nos gusta unir una y otras porque sin las palabras solo sería eso: una imagen, quizá mil palabras imaginadas, simplemente una probable historia, pero es que, en esas imágenes ¡en ocasiones vemos cuentos!
sábado, 1 de diciembre de 2012
La espera
Están sentados al Sol, esperándola. Y no es una mala forma de esperar para quien vivió toda una existencia de desenfrenado movimiento sin rumbo ni patrón, sin rumbo fijo ni consentido patrón, y despreciando siempre las cartas de navegación. Hubo en esa existencia de todo, como es natural, alegrías y penas, pero las mejores vivencias se recuerdan siempre y las otras… por supuesto están ahí pero ¿quién piensa en ellas? La mayor parte de esa existencia fue buena, en realidad fue muy buena, y lo recuerdan ahora tendidos al sol.
Sin embargo, tras todo el tiempo transcurrido, y visto lo visto, se plantean qué hubiera ocurrido si pudieran cambiar algunas cosas… A priori prefirieron vivir, en lugar de jugar con las reglas de la sociedad, viajaron sin más por toda la tierra, en pos de las volantes migraciones, llenaron sus ojos y su alma con cielos y paisajes, con palacios, templos y pirámides, castillos, montañas y mares. Pero ahora, sentados en la calle, si pudieran cambiarían algunas cosas de las que hicieron…
Tras tantas vivencias, cambiarían algunas de esas cosas: “Estamos solos, sin casa, sin tierras, sin una sola cosa a la que llamar nuestra…”
Todas las cosas que vivieron las disfrutaron tanto que habitan aún en sus cabezas, pero no se pueden tocar, ni se puede traficar con ellas. No tienen dónde alojarse, se abrazan en las aceras, se sientan en un parque y, sentados al sol, esperan. Nadie, ni siquiera esa otra incansable viajera que ahora viene, terca a por ellos y te encuentra en cualquier parte, podría quitarles nada por mucho que tengan. Porque nada tienen sustraible, nada les molesta, nada les pesa, llevan los bolsillos cargados de amor y de experiencias.
Y, sí. Lo tienen claro: si cambiarían algunas cosas de las hicieron, incluso aunque al hacerlo tuvieran que pagar el precio de vivir algunos años menos: Cambiarían, sin dudarlo, esos pocos momentos que aún perdieron persiguiendo sociales quimeras, jugando con las malditas reglas, haciendo caso a sueños locos de príncipes y princesas. Ahora, tras tantas experiencias, se arrepienten de no haber vivido más, aún más, y de no tener aún menos, porque les sobra todo, incluso lo poco que llevan.
Ella ya llega, y ellos ya hicieron más que suficiente: pasearon de la mano, se besaron en volcanes y en selvas, rozaron las estrellas, todos los días fueron suyos, y suya fue la Tierra entera. La reciben tranquilos, su sombra se acerca, es lo único que es: una sombra traviesa que se alarga, que viene a llevarse la nada que encuentra, tras vidas tan vividas, porque las experiencias ajenas no la alimentan. Solo la vida bebe de ellas.
sábado, 15 de septiembre de 2012
El acecho
La mañana era otra mañana cualquiera. El Sol me encontró siguiendo a un objetivo, empleando el más viejo de los trucos, utilizar los escaparates y espejos de los comercios para observar, en su reflejo, a quien estás siguiendo sin que él se aperciba de ello.
Cuando llevas mucho tiempo utilizando ese truco, casi diría que se termina viviendo
la vida al revés o, por lo menos, observándola más tiempo así que como es en realidad.
Y a veces, en el transcurso de las largas y aburridas pesquisas, incluso te asaltan dudas acerca
de si no será esa, la del reflejo, la auténtica vida y, por tanto, esta que creemos la lógica, sea una vida al revés. Tal y como, despues de todo,
casi siempre demuestra el resultado de la mayoría de las
investigaciones. ¡Vidas falsas, disimuladas!
En fin, no quiero perderme por las ramas, fuera como fuese, fue así como
los descubrí. Cuando ocurrió el corazón me dio un vuelco y, durante unos segundos, dudé de
haber visto lo que había visto, y de mi salud mental.
En ese justo momento yo observaba a mi objetivo, que se había detenido, a través del gran espejo de una
marquesina de la Gran Vía y él por supuesto permanecía absolutamente ajeno a
esa vigilancia. Lo que yo no podía intuir de ninguna manera entonces,
es que también era ajeno a ello el reflejo de mi víctima en el espejo. Ni la
mínima idea de que, en el fondo, les estaban observando a ambos.
Así estaba dispuesta exactamente la escena cuando, por el rabillo del ojo,
percibí que el individuo al que estaba siguiendo se movió de repente y
comenzó a caminar de nuevo. Y, mientras mi corazón saltaba en el pecho, contemplé al mismo tiempo como, sin ningún genero de duda, su reflejo tardaba unas
décimas de segundo en imitar su movimiento.
Durante ese instante el Universo entero pareció detenerse. Todo menos
el alocado ritmo de mi corazón. Luego, a la velocidad de la luz, ¡aquel reflejo y solo el reflejo!, me miró directamente a los ojos dejando claro que se había
dado cuenta de que yo lo había notado. Me dirigió entonces una mirada
imperiosa, veloz, amenazadora, que
notoriamente demandaba, imponía, silencio. Después, a la misma velocidad
vertiginosa, siguió imitando los movimientos de mi victima como si no hubiera
pasado nada. Volvió a convertirse en reflejo.
Hasta aquel momento de mi vida yo había tenido un absoluto control
sobre el universo, todo se había movido siempre dentro de los más estrictos
parámetros de la lógica, la realidad, y las supuestas leyes naturales. A partir
de ese día todo cambió.
Mi confianza absoluta en mis propios sentidos e instintos
desapareció, se hizo añicos. Como consecuencia también toda mi seguridad. Todos
los conocimientos adquiridos no significaban nada. Todas las verdades
incontestables se tambaleaban. ¿Me había vuelto loco, o realmente había visto
lo que había visto? En cualquiera de ambos casos el mundo entero había perdido
sus cimientos.
Comencé a obsesionarme con los malditos reflejos, los vigilaba como si
todos fueran objetivos, les seguía concretamente a ellos, los investigaba sin
cesar. Me paraba horas frente a los escaparates de la Gran Vía, observaba los
espejos colocados en las más disparatadas e inverosímiles posiciones hasta que
me dolían y escocían los ojos y me dolía la cabeza. De vez en cuando creía
percibir aquí o allá un ligero desajuste, pero siempre raudos veloces como la
picadura de una serpiente, todo mi anhelo era volver a descubrir ese pequeño
desarreglo, esa mínima descoordinación, en un principio con el objetivo de
demostrarme a mí mismo que no estaba
loco, que podía fiarme de mis sentidos, que lo que había visto era real. Pero
también, en el fondo, angustiado, rehén del miedo y la zozobra pues, si
terminaba cerciorándome de esa verdad, ¿qué sería más inquietante: estar loco,
o esa loca realidad alternativa?
Todavía no sé cómo, pero poco a poco la idea de que todo había
sido cierto, de que aquellos reflejos tenían vida propia, de que existía un
mundo lleno de “nosotrosmismos”
obligados a vivir al revés, un mundo paralelo justo al lado del nuestro, se fue
haciendo la única seguridad sobre la que habría apostado mi sombrero. ¡Un mundo
en el que los santos serían diablos y los diablos santos! ¡Un mundo en el que
el que lo bueno sería hacer el mal!
Y, lo peor de todo, después de ese descubrimiento, ¿qué seguridad
podía tener de que no fuera yo el reflejo de otro? ¿Serán ellos nuestro
reflejo, o seremos nosotros el suyo? Me invadió la zozobra de pensar que solo
fuéramos un triste reflejo de otros, que seamos simples imitaciones de lo que
otros hacen a su libre albedrío. Y, de ser así, ¿estarán siguiéndonos,
vigilándonos? Ese reflejo al que observo constantemente ¿me estará vigilando a
mí?
¿Miedo? Claro que tengo miedo. Tengo mucho miedo, no puedo dejar
de observar, ni de observarme, no puedo dormir. Paso horas frente a los
espejos, mirando a los demás y mirándome a mí mismo, mientras se me eriza la
piel y me atacan escalofríos. Sonrío, guiño un ojo, hago muecas y me vigilo
atentamente. Debo superar el miedo, debo saberlo, debo conocer la realidad,
pero ¿qué será de mí, el día que mi reflejo me devuelva, un poco más tarde, la
sonrisa, o no imite, de inmediato, el guiño de mi ojo?
miércoles, 22 de agosto de 2012
El hombre del saco
.-¡Joder tío! ¿Por qué va a ser? Pues porque bastante sería que terminases tú en un puñetero manicomio!- le espetó bruscamente su amigo, quien por cierto era el mejor de los poquísimos que le iban quedando.- No querrás que terminemos todos contigo. Además, tengo que decírtelo colega, no solo empieza a dar vergüenza ir contigo con esa pinta, sino que empiezas a dar hasta miedo, pareces un jodido psicokiller.
.- No puedo creer que no lo entiendas.- Respondió él, con cierto cansancio y armándose de paciencia.- No podría soportarlo de otra manera. Esta es mi ciudad, en ella están mi casa, mi barrio, mis raíces y mi punto de partida. He nacido y crecido en ella y con ella, y no soporto lo que la están haciendo.
.- Tú mismo lo has dicho. Es tu ciudad.- insistió su amigo tercamente- Deberías disfrutarla a tope, sin disfraces, sin esconderte.
.- Sigues sin comprenderlo. Esto no es un disfraz en absoluto, no me escondo de nada ni de nadie. Es todo lo contrario, es así como quiero ver a mi ciudad, es así como realmente la puedo seguir disfrutando, viendo solo lo que quiero ver. No me gusta ver como la quitan la vida, como hacen desaparecer, por ejemplo, esas placitas en las que se han reunido siempre los vecinos, en bancos de madera y a la sombra de los árboles que ahora han arrancado de cuajo. Odio ver como los han cambiado por simple hormigón y cemento con el único objetivo de montar constantes movidas que le den más dinero al ayuntamiento. Hay un montón de politicastros, mercachifles, banqueros, un montón de sinvergüenzas empeñados en cambiar a mi ciudad el cuerpo y el semblante para amoldarla a sus corruptos intereses. Son ellos realmente los que están tratando de disfrazarla, masacrando sus zonas verdes, privándola de infraestructuras suficientes, de transportes dignos, atravesándola con autovías que dejan aisladas buenas vecindades. Emplean herramientas sutiles y crean fronteras tácitas que marginan barrios, que encierran a vecinos. ¿No te das cuenta?- Insistió ahora impaciente.- Quieren privar a esta ciudad de su lado humano y convertir su entorno en una cárcel, en un simple almacén de esclavos. Son esos miserables los que están construyendo la ciudad que precisamente no quiero ver.
.- Tío, creo que estás empezando a estar un poco paranoico.-Su amigo le miró con cierta conmiseración.
.- No es verdad. Lo que te digo es cierto, no es casualidad. Sin embargo sigue existiendo también la ciudad que yo amo y quiere defenderse y debemos defenderla. Esa ciudad que es amable, acogedora, llena de frescos rincones y “agujeros blancos”, rica en palacios y cabañas, hermosa de museos y edificios vivos y aristocráticos. Está la ciudad de los Austrias y la de los Borbones, está Recoletos y ¡está la Gran Vía! Y quiero verla y vivirla. Por eso me pongo este saco en la cabeza, por eso le hago este agujero, y por eso sigo insistiéndoos a todos con que me imitéis, porque es la única manera de seguir viendo solo la ciudad que merece la pena ver. Y tal vez, si logramos ser muchos, ellos empiecen a tener miedo del “hombre del saco” y esto les obligue a recapacitar, a pensar antes de seguir perpetrando barbaridades. De lo contrario habrán ganado la batalla, primero habrán moldeado la ciudad y luego nos moldearan a nosotros.- Y entonces, en el único ojo que dejaba ver el agujero de su saco facial, apareció un brillo sardonicamente melancolico.- Además yo no hago más que cumplir con la tradición.-
Su amigo le miró interrogadoramente
.- Se ha dicho desde siempre: “De Madrid al cielo. Y un agujerito para poder verlo”- Y se puso a reir a carcajadas, mientras a su amigo un escalofrío le recorría el espinazo.
.- No puedo creer que no lo entiendas.- Respondió él, con cierto cansancio y armándose de paciencia.- No podría soportarlo de otra manera. Esta es mi ciudad, en ella están mi casa, mi barrio, mis raíces y mi punto de partida. He nacido y crecido en ella y con ella, y no soporto lo que la están haciendo.
.- Tú mismo lo has dicho. Es tu ciudad.- insistió su amigo tercamente- Deberías disfrutarla a tope, sin disfraces, sin esconderte.
.- Sigues sin comprenderlo. Esto no es un disfraz en absoluto, no me escondo de nada ni de nadie. Es todo lo contrario, es así como quiero ver a mi ciudad, es así como realmente la puedo seguir disfrutando, viendo solo lo que quiero ver. No me gusta ver como la quitan la vida, como hacen desaparecer, por ejemplo, esas placitas en las que se han reunido siempre los vecinos, en bancos de madera y a la sombra de los árboles que ahora han arrancado de cuajo. Odio ver como los han cambiado por simple hormigón y cemento con el único objetivo de montar constantes movidas que le den más dinero al ayuntamiento. Hay un montón de politicastros, mercachifles, banqueros, un montón de sinvergüenzas empeñados en cambiar a mi ciudad el cuerpo y el semblante para amoldarla a sus corruptos intereses. Son ellos realmente los que están tratando de disfrazarla, masacrando sus zonas verdes, privándola de infraestructuras suficientes, de transportes dignos, atravesándola con autovías que dejan aisladas buenas vecindades. Emplean herramientas sutiles y crean fronteras tácitas que marginan barrios, que encierran a vecinos. ¿No te das cuenta?- Insistió ahora impaciente.- Quieren privar a esta ciudad de su lado humano y convertir su entorno en una cárcel, en un simple almacén de esclavos. Son esos miserables los que están construyendo la ciudad que precisamente no quiero ver.
.- Tío, creo que estás empezando a estar un poco paranoico.-Su amigo le miró con cierta conmiseración.
.- No es verdad. Lo que te digo es cierto, no es casualidad. Sin embargo sigue existiendo también la ciudad que yo amo y quiere defenderse y debemos defenderla. Esa ciudad que es amable, acogedora, llena de frescos rincones y “agujeros blancos”, rica en palacios y cabañas, hermosa de museos y edificios vivos y aristocráticos. Está la ciudad de los Austrias y la de los Borbones, está Recoletos y ¡está la Gran Vía! Y quiero verla y vivirla. Por eso me pongo este saco en la cabeza, por eso le hago este agujero, y por eso sigo insistiéndoos a todos con que me imitéis, porque es la única manera de seguir viendo solo la ciudad que merece la pena ver. Y tal vez, si logramos ser muchos, ellos empiecen a tener miedo del “hombre del saco” y esto les obligue a recapacitar, a pensar antes de seguir perpetrando barbaridades. De lo contrario habrán ganado la batalla, primero habrán moldeado la ciudad y luego nos moldearan a nosotros.- Y entonces, en el único ojo que dejaba ver el agujero de su saco facial, apareció un brillo sardonicamente melancolico.- Además yo no hago más que cumplir con la tradición.-
Su amigo le miró interrogadoramente
.- Se ha dicho desde siempre: “De Madrid al cielo. Y un agujerito para poder verlo”- Y se puso a reir a carcajadas, mientras a su amigo un escalofrío le recorría el espinazo.
sábado, 18 de agosto de 2012
Ausente compañía
Ausencia y silencio en las veredas... vagamos en pos del consuelo que nos queda bajo el azul del cielo, ¡tristes peregrinos!, buscando los recuerdos que se vuelan. El sol, mi sombra y yo, andamos los caminos.
Me acompañan el aire, la tarde, los sonidos… el rozar de élitros, batir de patas y de alas, el cantar de las cigarras y el rumor de los grillos, algún casi alegre cascabel de caballo, a la noria de un trillo eternamente uncido, y las risas de lejanos aldeanos que me trae volando el viento ufano, caliente y amarillo, vestido de intenso trigo, reventando de sol, de oro y grana, de espigas y de grano.
Silencio y soledad, y llanuras de secano, mientras vuelan los recuerdos escapando en el canto armonioso de las aves, hacia horas más tranquilas de la tarde, en bandadas de momentos presentidos que traen lágrimas, como siempre, de llorón que nunca fue y se ha rendido a los encantos de la vida.
El sol, el silencio, los sonidos, el calor, los colores, los sentidos, una completa comunión de urbano campesino con la que honro los recuerdos que conmigo se ensañan. Una hechizada procesión, una pálida “Santa Compaña”.
El sol, mi sombra, y yo, por los caminos.
viernes, 10 de agosto de 2012
Risas y canicas
A correr por las calles, a reír sin ton y a bailar sin son,
a cantar porque sí y a llorar porque no,
a mirar las estrellas, a imitar a un avión,
a dola catola, a la una mi mula y a las dos la coz.
A las bolas, a rayuela, al pañuelo, al rescate,
a las chapas, a la rana, a saltar a la comba,
a la lima y al limón.
Al pilla pilla, a aguadillas, al mundo al revés.
Y ¡un, dos, tres! al escondite inglés, sin mover los pies…
A la gallina ciega, a girar pirindolas, a bailar el peón…
Nada podría pasarnos si todos los niños,
todos los días, sin miedo ninguno, jugaran al sol.
jueves, 2 de agosto de 2012
¿Eliminados?
Por supuesto que Einstein era un auténtico genio, no voy a poner eso en duda a estas alturas, pero no tuve más remedio que estar más de acuerdo con Stephen Hawking que, dicho sea de paso, tampoco es precisamente un necio. Lo que no sé es por qué tuve que meterme en esa conversación multidimensional, relativa en el tiempo y el espacio, entre dos genios de distintas épocas. La frase de Einstein parecía tranquilizadora: “Dios no juega a los dados”, pero empecé a obsesionarme cuando leí la de Hawking: “Dios no solo juega a los dados. A veces también echa los dados donde no pueden ser vistos”. Sinceramente, no sé cómo funciona el Universo, pero dado lo poco que conozco de la vida, tengo que estar más de acuerdo con esa última aseveración. Llevamos siglos creyendo que lo sabemos todo y descubriendo, de inmediato, que no sabemos nada, y que además estábamos equivocados en lo poco que creíamos saber. Así pues, cuando releí las dos frases, empecé a preocuparme. El asunto es que Dios está jugando y entonces me entraron sudores fríos. ¿Y si, en lugar de jugar a los dados, Dios estuviera jugando a las tres en raya?
martes, 31 de julio de 2012
Sombras nada más
Hace tiempo que lo vengo sospechando. Alguien sigue mis pasos en silencio. Me acecha desde aceras y paredes, y se oculta en oscuras oquedades, me sobresalta e inquieta mis reposos.
Me vuelvo y ¡zas! Desaparece, como un mago invisible y silente. Me imita como un mimo insolente, irreverente, y, a veces, incluso me sorprende anticipándose, adelantándose a mis pasos de repente.
Nunca se ni dónde está, ni desde dónde saldrá, no sé por qué me persigue, ni qué pretende. Ni siquiera sé quién es. Mas tampoco supe nunca quién soy yo, ni lo que quiero. No se por qué amo la paz, ni por qué, en la paz, guerreo. Desconozco por qué viajo entre paisajes internos, y por qué me causan daño, cuando yo soy quien los hiero. No sé por qué soy suma y resta, carne y hierro, suma y resta de gente a la que odio y a la que quiero, carne y hierro del cuerpo con el que amo y peleo.
Sospecho que sabe más de mí de lo que yo recuerdo de mí mismo y creo que viene a por mí, con tal descaro, que no me atrevo a voltear, cuando me paro, pues sé que va a estar allí… acechando. Y creo que, más tarde o más temprano, saltará sobre mi cráneo y lo abrirá de par en par, por permitirme escapar de esa cárcel mezquina en la que yo mismo me encierro. Y no deja de asombrarme que, a presencia tan oscura, le dé precisamente vida el sol que me ilumina. ¡Qué lejanas las sombras de la luz y, sin embargo, qué unidas!
Me vuelvo y ¡zas!, me está mirando y, como ya dije, burlandose de mi, imitando mi vida.
Unas veces me asusta y, otras, me hace compañía. Enjuta y descarnada, oscura y descarada, es la sombra mía.
Me vuelvo y ¡zas! Desaparece, como un mago invisible y silente. Me imita como un mimo insolente, irreverente, y, a veces, incluso me sorprende anticipándose, adelantándose a mis pasos de repente.
Nunca se ni dónde está, ni desde dónde saldrá, no sé por qué me persigue, ni qué pretende. Ni siquiera sé quién es. Mas tampoco supe nunca quién soy yo, ni lo que quiero. No se por qué amo la paz, ni por qué, en la paz, guerreo. Desconozco por qué viajo entre paisajes internos, y por qué me causan daño, cuando yo soy quien los hiero. No sé por qué soy suma y resta, carne y hierro, suma y resta de gente a la que odio y a la que quiero, carne y hierro del cuerpo con el que amo y peleo.
Sospecho que sabe más de mí de lo que yo recuerdo de mí mismo y creo que viene a por mí, con tal descaro, que no me atrevo a voltear, cuando me paro, pues sé que va a estar allí… acechando. Y creo que, más tarde o más temprano, saltará sobre mi cráneo y lo abrirá de par en par, por permitirme escapar de esa cárcel mezquina en la que yo mismo me encierro. Y no deja de asombrarme que, a presencia tan oscura, le dé precisamente vida el sol que me ilumina. ¡Qué lejanas las sombras de la luz y, sin embargo, qué unidas!
Me vuelvo y ¡zas!, me está mirando y, como ya dije, burlandose de mi, imitando mi vida.
Unas veces me asusta y, otras, me hace compañía. Enjuta y descarnada, oscura y descarada, es la sombra mía.
jueves, 19 de julio de 2012
Telémaco
Telémaco contempla embelesado el horizonte, y vuela hacia él. Su
alma, en alas de las musas, busca, desde las vertiginosas alturas de la
imaginación, a su padre. Sabe que regresará tarde o temprano, que saldrá
victorioso de cualquier lance, utilizando su legendario ingenio contra
horrorosos gigantes de un solo ojo, su probado valor contra los mismos dioses.
¡El mar es de Poseidón y no le cae precisamente bien su padre! Le imagina
escapando del hechizo de hechiceras, del embrujo de los muertos, y con seguridad
Poseidón no le habrá ahorrado tampoco el encuentro con las sirenas.
Todo ello tras sobrevivir a una cruenta guerra que se ganó gracias
a ese fabuloso ingenio. Ulises le ha hecho el mejor regalo que un padre puede
hacer a su hijo, le ha hecho desear la aventura, ha espoleado su imaginación
hacia una vida llena de fantasías, inquietudes y experiencias. Ulises es un
guerrero legendario, es su rey, es casi un semidiós, pero ahora ya le espera
impaciente simplemente como hijo, espera mirando las aguas. También su madre,
toda Ítaca espera anhelante la vuelta del rey, salvo los pretendientes de
Penélope que, en realidad, esperan que haya muerto.
Telémaco añora a su padre, perdida su nave en el infinito mar. Su
madre y el reino están en peligro, y él está solo frente a esos príncipes
ambiciosos y cobardes a los que, de momento, también el ingenio de su madre ha
logrado detener junto con el tiempo, tejiendo y destejiendo los días en las
noches. Pero es cuestión de tiempo, de tiempo que se acaba. Los troyanos
resultaron ser duros de verdad. ¡10 años duró la guerra! Y ahora… ¡diez años
más lleva Ulises de viaje! Telémaco mira al horizonte y reflexiona: “Padre,
¿diez años de viaje por mar desde Troya hasta Ítaca? ¡Por Atenea! Si no estás
muerto… ¡papá, ven en tren!”
jueves, 5 de julio de 2012
Ciencias naturales
Crecimos,
entre solares,
repartiéndonos
lugares
al
alimón con los bares,
varios
tipos de cuidado,
y trenes por todos lados,
mil
gatos en los tejados,
ratas
de alcantarilla,
y muchas
flores amarillas
en
parques con jeringuillas.
Y esas raras flores blancas
que
recuerdan a la vida:
Las
tomas entre tus manos,
soplas
en su dirección,
y
enteras se desperdigan.
Así fluyeron mis días…
¡Fauna y flora, de mi barrio,
entre
las vías!
viernes, 29 de junio de 2012
Espérame, voy a por...
No me dejan de
mirar,
de reojo y simulando,
pero seguiré aquí
sentado
mientras rellenen
mi vaso.
Te largaste
"por un rato"
y yo te aguardé fumando
en este colonial
bar
de un remoto
país lejano.
El sol
traspasó el cristal,
vino a sentarse
a mi lado,
y una bandada
de aves
te acompañaba
volando.
Pero no me
verán llorar…
estoy tan solo
cansado,
no sé lo que
pensarán,
mas están
equivocados.
Me gastaste, sin sudar,
el viejo truco
del tabaco
y ahora, aquí
en el bar,
me toman por
un payaso.
Lo único que
ocurre,
en honor a la
verdad,
es que yo aquí
soy feliz
con mi botella
y mi vaso.
Se burlan y se
equivocan,
creen que yo sigo
esperando
cuando solo mato
el tiempo,
bebiendo,
fumando…
y, de cuando en
cuando,
con o sin las
cartas,
haciendo un
solitario.
Con infinito
sarcasmo
me miran ya
con descaro
todos los
parroquianos
esperando que
me rinda,
no tarde sino
temprano.
Ya solo vienen
al bar
esperando ver
mi llanto,
no saben que
en realidad
tú nunca me
has importado.
No me
importaban tus ojos,
ni tus senos
o tus labios,
ni tu risa… ni
tus manos…
ni el temblor
de las mías
cuando nos
besábamos…
ni el olor de
tu piel
que sentía
aún sin olfato.
De hecho no me
importó
que te
hubieras largado,
ni bebo para
olvidarlo
aunque viva
recordando.
Así, subo a mi habitación
todas las
noches borracho.
Mas no me
verán llorar,
porque, ya lo
sabes nena,
siempre he
sido muy macho.
miércoles, 27 de junio de 2012
Pura rutina
¡¡Sonó el despertador!! Aún dormido, se
dio media vuelta rápidamente en la cama y le proporcionó un manotazo al botón
de alarma que inmediatamente detuvo la molesta cantinela. Intuyó vagamente que llovía,
pues el sonido de la lluvia golpeando contra el cristal de su ventana le
acompañó allí donde quiera que estuviese viajando en sueños.
Soñó que se levantaba a
regañadientes, y se levantó, o siguió soñando que se levantaba. Como todos los días, puso
en práctica los cotidianos procedimientos que también realizaba sin
despertarse. Un complejo y rutinario ritual que, sin embargo, no requería más que mucha práctica, y él tenía toda la del mundo.
Se levantaba, se afeitaba, se
duchaba, desayunaba, se lavaba los dientes, se vestía, salía de casa, llegaba a
la calle, todos los movimientos todos los días, todo el proceso toda una vida.
Tanta práctica, tan poca necesidad de reflexión, que podía hacerlo todo sin
necesidad de despertarse, cuestión de simple y pura rutina.
Salió a la calle, como todos los
días, mucho antes de despertarse. Efectivamente llovía, hacía viento, el barrio
estaba lleno de obras, el tráfico era demencial, todo resultaba desagradable
y desapacible. En la parada del autobús le esperaban, o esperaba él, a sus
compañeros diarios de rutina. Cuando por fin se juntaban todos, no cabían bajo la marquesina, y el agua azotaba a
la mayoría de ellos hasta que llegaba el autobús y subían, a empujones, todos con
los paraguas plegados y empapados. Iniciaban el viaje hacinados, con el sudor y la humedad
general aumentando la temperatura como si estuviesen viajando en la barca de
Caronte, en pleno infierno. La única ventaja consistía en la imposibilidad de
caerse, aunque no pudieras siquiera agarrarte, lo que permitía seguir dormido.
Hacían todos el viaje poniendo sumo cuidado en no despertarse los unos a los
otros, así que un montón de personas dormidas llegaba finalmente a la estación del metro.
Empapado en lluvia y sudor, bajaba las escaleras, franqueaba los torniquetes, y
tomaba el primer metro que llegase, con los mismos gestos rutinarios, mecánicos,
grises, de quién aún no se ha despertado.
Muy pocas veces algo, o alguien,
un hecho fuera de lo común o alguna persona muy familiar, le ponían en un brete de despertar y
fastidiarle el día. A los simples conocidos los evitaba, se hacía aún más el
dormido aunque en líneas generales no hiciera falta, pues también los demás lo
hacían así.
De lo contrario le amargaban el
día. Alguna vez se encontraba con alguien empeñado en mantener una rutinaria
conversación, generalmente comentarios sobre las estupideces contempladas en la
televisión la noche anterior como zombis del zapping. Conversaciones sobre el
tiempo, sobre deportes, o política, nada que le interesara en absoluto. Y se
amargabas sobre todo porque, a la luz de ese molesto, indeseado, e incipiente despertar, no solo las
conversaciones, sino todos los demás durmientes y sus miradas perdidas, se
asemejaban más a cadáveres que a durmientes en realidad, lo cual le sumía en
una depresión pre-pánico que le duraba ya todo el día.
Por suerte la mayoría de los días
eran anodinos. Realizaba el viaje sin incidencias, nidespertares, llegaba la oficina, realizaba su trabajo, comía, realizaba su
trabajo, salía... Los hechos cotidianos jamás lograron despertar del todo a
nadie, así que eran muchos los días en los que lograba regresar a casa, ya de
noche, sin haberse despertado. Y entonces se volvía a acostar tras ver la tele
o, mejor dicho, tras no verla y tras haber ejecutado otros mil procedimientos
rutinarios nocturnos más. Muchas noches lograba dormirse, por fin, antes de
haberse despertado.
Lógicamente prefería no pensar
demasiado en el hecho de que existieran tan pocas razones para despertarse.
Cuando lo hacía se deprimía definitivamente y por periodos de tiempo mucho más
largos que un día. El hecho de que no hubiera demasiadas razones para despertar
era suficiente para no hacerlo, pero además daba pánico pensar en despertarse en un lugar en el que no merecía la pena despertarse. Pánico a hacerlo en medio de esa rutina
peor que la muerte. Eso era lo peor, lo que le empujaba a seguir dormido.
Despertar del todo había terminado siendo perjudicial. Su apetito de vida había sido salvaje, nada lo saciaba, y
menos aún lo que esta sociedad le ofrecía: Un deprimente fast food vital. Una minucia para
un apetito pantagruélico, sensible, latino y mediterráneo, de experiencias vitales.
Ni el cosmos en erupción sería
capaz de satisfacer una mente hambrienta de conocimientos. Así pues la pantomima
social en la que vivía no llegaba siquiera a engañar su apetito. La amenaza de
una espantosa muerte por inanición
intelectual le terminó obligando a estar en ese constante estado de letargo. Como los osos
hibernando. Solo dormido se podía aguantar una vida capaz de ser vivida sin
necesidad de despertarse.
Por fin llegó a su parada y
salió del metro. Estaba empapado definitivamente, como si se hubiera duchado en
sudor, las gotas le resbalaban por la espalda, la frente, el cuello, y, nada
más salir a la calle, el frió le golpeó con un sabor anticipado a inmediato resfriado.
Continuaba lloviendo y la lluvia empezó a empapar por fuera todo lo que ya estaba empapado por dentro, la sensación no podía ser más desagradable, aún así continuó
sin despertarse, pero intentó abrir el paraguas maquinalmente y este
se rebeló.
Decidió, aún adormilado, bajar de nuevo al interior de la estación para ponerse a cubierto durante la refriega con el maldito paraguas. Seguía lloviendo, todo estaba empapado y aquellas escaleras eran peligrosas incluso en seco, comenzó a despertarse y resbaló violentamente, cayó y se golpeó la cabeza con ruido sordo, su cráneo se abrió y su interior fluyó por las escaleras junto con su esencia vital. ¡¡Murió antes de despertarse del todo!!.
Decidió, aún adormilado, bajar de nuevo al interior de la estación para ponerse a cubierto durante la refriega con el maldito paraguas. Seguía lloviendo, todo estaba empapado y aquellas escaleras eran peligrosas incluso en seco, comenzó a despertarse y resbaló violentamente, cayó y se golpeó la cabeza con ruido sordo, su cráneo se abrió y su interior fluyó por las escaleras junto con su esencia vital. ¡¡Murió antes de despertarse del todo!!.
viernes, 22 de junio de 2012
Parados
La gente nos mira y se para, pensando
tal vez que somos actores haciendo la estatua, como los que se aletargan
increíblemente en La Puerta del Sol en Madrid, o en Barcelona en las Ramblas.
Actores en paro o caídos en desgracia, claro, como la gran mayoría de esa
población que nos mira y se para. ¡Parados! Como estatuas de sal a las que Dios
hubiese castigado por el curioso deseo de contemplar cómo se destruye la sociedad,
en lugar de cambiarla. En ese sentido, el Dios de la biblia se parece mucho a los
políticos de casa.
También podría ocurrir que, esta misma
mañana al salir de casa, la propia Gorgona social, con su cruel realidad y su
espantosa mirada, nos hubiese esculpido en piedra asombrada.
Pero la simple verdad es que estamos
aquí porque aquí nos han puesto. Nada más. Nuestra suerte la marca el dueño de
la almoneda que rige nuestros destinos. Somos simples maniquís limitándonos a
esperar que el tal tendero nos vuelva a encerrar en su precario almacén de
cuerpos. ¡Maniquís! por mucho que sugiramos no tenemos iniciativa, capacidad de
lucha, libre albedrío, ni voluntad para usarlos, simplemente os observamos.
Y aquí, a pie de calle, perplejos
contemplamos ese confuso escenario y la extraña semblanza de unos humanos que,
poseyendo lo que nosotros deseamos: vida, voluntad, albedrío y capacidad, no se
empeñan en usar su libertad y se ponen a pelear contra las circunstancias, en lugar de permanecer
parados.
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