La gente nos mira y se para, pensando
tal vez que somos actores haciendo la estatua, como los que se aletargan
increíblemente en La Puerta del Sol en Madrid, o en Barcelona en las Ramblas.
Actores en paro o caídos en desgracia, claro, como la gran mayoría de esa
población que nos mira y se para. ¡Parados! Como estatuas de sal a las que Dios
hubiese castigado por el curioso deseo de contemplar cómo se destruye la sociedad,
en lugar de cambiarla. En ese sentido, el Dios de la biblia se parece mucho a los
políticos de casa.
También podría ocurrir que, esta misma
mañana al salir de casa, la propia Gorgona social, con su cruel realidad y su
espantosa mirada, nos hubiese esculpido en piedra asombrada.
Pero la simple verdad es que estamos
aquí porque aquí nos han puesto. Nada más. Nuestra suerte la marca el dueño de
la almoneda que rige nuestros destinos. Somos simples maniquís limitándonos a
esperar que el tal tendero nos vuelva a encerrar en su precario almacén de
cuerpos. ¡Maniquís! por mucho que sugiramos no tenemos iniciativa, capacidad de
lucha, libre albedrío, ni voluntad para usarlos, simplemente os observamos.
Y aquí, a pie de calle, perplejos
contemplamos ese confuso escenario y la extraña semblanza de unos humanos que,
poseyendo lo que nosotros deseamos: vida, voluntad, albedrío y capacidad, no se
empeñan en usar su libertad y se ponen a pelear contra las circunstancias, en lugar de permanecer
parados.
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