miércoles, 10 de septiembre de 2014

Petronio en Hispalis



¡O tempora, o mores!* 

Ni siquiera el asfixiante calor del verano sevillano, en ese momento en el que el sol y el infierno se citan en las calles para abrasar a todo ser vivo, logró jamás desanimarle. ¿Cómo iban a hacerlo entonces los tiempos, por muy cambiantes que estos fueran? 

La elegancia no obedece a menudencias como el clima, ni otras minucias, sino que está por encima de la vulgaridad, y, si ser un auténtico caballero puede requerir ciertos sacrificios, ser elegante los requiere todos. Y él, ¡él era Petronio! O, como mínimo, su reencarnación. 

En realidad su nombre era Pedro, pero, cuando aquel ya lejano día, escuchó sin pretenderlo el comentario que le dedicaban ciertas damas, estalló en su fuero interno una premonición. .- “Ahí viene Pedro ¡qué tronío!”.- Exclamaron, sin poder evitarlo, y en un tono de voz suficientemente alto como para que él las escuchara. Y, de inmediato, en su cabeza, las palabras Pedro y tronío, se fundieron haciéndole recordar el personaje de una película que había visto recientemente, y por el que se sintió muy impresionado al encontrar una enorme  relación de semejanza consigo mismo. 

En aquella película, “Quo Vadis”, Petronio resultaba tan elegante como para burlarse del propio Nerón y, sin embargo, lograr que aquel chiflado emperador le considerara su amigo. Cuando se enteró además de que el tal Petronio había sido denominado “árbitro de la elegancia”, supo de inmediato como quería que le llamaran, quien quería ser. 

Se releyó la biografía de aquel insigne romano, revisó varias veces la película. Constató que Petronio fue un hombre de fortuna y talante filosófico, al que le gustaba gastar esa fortuna con tino y fundamento, y al que disgustaban sobremanera la bajeza y la vulgaridad de su época. Resultaba evidente: él era Petronio. Petronío de Sevilla.

Porque lo que de ninguna manera pudo evitar es que la gracia sevillana, y la existencia de la palabra tronío, convirtieran el nombre, del ilustre romano, en aquel Petronío de su teórico homólogo. Aunque fue él mismo quien se encargó de hacer correr la voz, y de empeñarse en colocar la tilde en su lugar correspondiente, no hubo manera. El acento andaluz se encontró, desde el primer momento, más cómodo con Petronío que con Petronio, y así empezó a llamarle todo el mundo. Y si Pedro era ya todo un personaje conocido, Petronío se convirtió en una auténtica celebridad. Y, por otro lado, por añadidura, elevar su elegancia a la categoría de un arte entre sus convecinos, se convirtió en una obligación. Ahora, ni el calor, ni el cambio de los tiempos, podían despejar en absoluto esa ecuación. El calor era el de siempre y ya estaba acostumbrado. Las costumbres, sin embargo, si habían cambiado, y mucho, y él añoraba aquellos otros tiempos. 

In illo tempore**

La gente con la que se encontraba, por aquel entonces, casi hacía genuflexiones a su paso, mientras él se limitaba a corresponder con leves inclinaciones de cabeza, alzando de vez en cuando levemente la mano, o, si había mucha confianza, incluso obsequiando un pícaro guiño. ¡Qué tiempos aquellos! Todo estaba en su sitio, todo era coherente, todo el mundo sabía distinguir y admirar a un señor. La gente de ahora carecía de criterio y de respeto por determinadas cosas y el glamour estaba muriendo. Ahora llegaba el verano y, atendiendo a las vestimentas de la gente, prácticamente no existía diferencia entre estar en una piscina o en las calles, ¡Ah, aquella antigua Roma! ¡Incluso en las termas era obligatoria la elegancia! Y pensar que a Petronio su época ya le parecía vulgar. ¡Ahora, hasta en los alrededores de La Giralda, más aún, incluso dentro de ella, las bandas de desgreñados, las hordas de turistas, vestidos de críos irreverentes, con pantalones cortos, sandalias de cabrero, y camisetas de albañil, lo inundaban todo! 

Pero lo que peor llevaba Petronío era que la gente tampoco supiera valorar, hoy día, la clase de quien no se rebajaba a caer en tal vulgaridad. Estaba convencido de que si no fuera por su porte, y su cara de pocos amigos, algunos incluso se hubieran burlado de él en su propia cara, por soportar esa vestimenta, en lugar de admirarlo por ello.  

Porque él, cada día a la misma hora, ponía en marcha su sagrado ritual. Tras una ducha espartana, se cepillaba el rebelde y plateado cabello, se lo domaba con gomina, y procedía a vestirse con esmero. Camisa de gemelos por supuesto, pantalón con raya casi dibujada con tiralíneas, y ¿cómo no? chaqueta cruzada. Solo verle hacía sudar, pero ¿qué glamour tiene la vida en mangas de camiseta?

Es verdad que últimamente había engordado un poco, y que la ropa ya no le sentaba del todo bien. Las mangas le quedaban un poco cortas, cosa que él aprovechaba para lucir exageradamente sus gemelos, consciente de que, siendo tan llamativos, desviarían la atención de la gente de los algo gastados puños de la camisa. De la misma manera, la raya labrada del pantalón, disimulaba algunos brillos que proyectaba la muy lavada tela. Y, finalmente, vestido como un dandy, perfumado como un sultán, tieso como un ciprés, salía a la calle y recorría el mismo camino de siempre, recordando aquellos tiempos mejores. 

También el itinerario de su paseo era un calco, día tras día. Corto, sombreado, y lento, le conducía, desde su portal, hasta la más antigua y eterna taberna que conocía desde siempre y que mantenía el aire intemporal de su también eterna Sevilla. 

Cuando por fin llegaba a ella, solo tenía que abrir la puerta, hacer esa personal inclinación de cabeza a modo de saludo, y ni siquiera debía hablar. De inmediato el camarero le colocaba delante su caña de cerveza helada, él la recogía con una nueva inclinación, y salía de inmediato a la mesa alta colocada en la acera, justo al lado de la ventana con forja de hierro de la taberna. Más tarde, consumida la cerveza, un nuevo paseo al interior y vuelta a salir, esta vez con un fino, y así tantas veces como fuera necesario. 

Allí, en aquella mesa, ya casi de su propiedad, permanecía de pie, tieso como un poste, contemplando la vida pasar, viendo y siendo visto. ¿Qué podía haber más elegante que eso? Ninguna ocupación plebeya, ningún objetivo mundano. Solo la contemplación, la observación filosófica de la vida, el mostrarse como ejemplo de elegante dignidad, para los que no hubieran tenido la suerte de entender ese concepto… 

Algunos conocidos pasaban por su lado saludándole, y él, repetía la famosa inclinación, el gesto más elegante de su repertorio, pero ya no era igual que antes, cuando prácticamente todo el mundo le saludaba con reverencial admiración. Tal vez Sevilla no había cambiado demasiado, pero sí lo habían hecho las gentes, incluso los nuevos camareros, ahora le trataban con amabilidad, pero no con aquel antiguo respeto. Todo estaba cambiando, todo había cambiado. Y, aunque no quisiera darse cuenta, él también.

Muy de vez en cuando le asaltaban ciertas dudas, sus rentas ya no eran las de antes, a duras penas podía permitirse llevar la vida que llevaba, y se preguntaba si debería finalmente dar fin a su personaje y volver a ser Pedro, encontrar algún trabajo, y dejar que la humanidad siguiera descendiendo por el camino que había elegido, porque después de todo cada vez era menos merecedora de recibir un ejemplo como el suyo. Pero luego recordaba al traidor de Tigelino, lleno de envidia por su elegancia y buen gusto, y por su amistad con Nerón. Recordaba cómo la mezquindad y la vulgaridad empujaron a Petronio al suicidio para evitar la muerte decretada por el emperador, debida al engaño del traidor, y terminaba decidiendo siempre que Petronío no correría la misma suerte, que seguiría siendo un ejemplo, guía de elegancia y saber hacer.

Así pues, con la cabeza llena de sueños hispalenses, de euforias suscitadas por el fino, un poco menos tieso y recto que a la venida, emprendía la vuelta a su casa, a su patio umbrío y fresco, a una etílica siesta plagada de sombras romanas, y, durante todo el regreso, volvía a inclinar su cabeza, una y otra vez, a modo de saludo, en esta ocasión a todo aquel bárbaro que se le cruzaba en el camino. 

* ¡Oh tiempos, oh costumbres! (Cicerón en el senado reprochando, a Catilina, sus corruptas costumbres) 
** Locución latina: “En aquel tiempo”.  

miércoles, 12 de marzo de 2014

SUPER


.-¿Y qué otra cosa podía hacer?.- Me espetó, de repente, ya un poco sulfurado.

.- ¿Bromeas?.- Le contesté.- ¿Con tus poderes? ¡Podrías hacer cualquier cosa!

.- Te equivocas. No tienes en cuenta que los poderes obedecen a la persona que los posee y, por tanto, son simplemente una extensión de su personalidad.- Pareció reflexionar un segundo, y luego prosiguió.- Tal vez Batman, o Lobezno… Si, los superhéroes más oscuros probablemente habrían reaccionado de otra manera, pero… yo, o el Capitán América y otros como yo, somos auténticos scouts, llevamos la rectitud, el espíritu patriótico y el respeto por las normas y la autoridad, como bandera. Nos resulta imposible salirnos de los cauces legales y reglamentados.

.- Aún así.- Insistí perplejo.- Un tipo con tus habilidades… ¿No tenías otras posibilidades?

.- Eso es más complejo, y largo de explicar.- Y pareció dispuesto a explicármelo, porque se arrellanó en el sillón de la cafetería, y dio un sorbo a su poleo-menta, antes de proseguir.- Como te he dicho yo si tengo escrúpulos aunque otros superhéroes no los tengan, y quienes, desde luego, no tienen ninguno son los supervillanos. Y, menos aún que nadie, mi archienemigo eterno: Lex Luthor. Así pues, en esta clase de sociedad, se convierte en toda una desventaja ser superhonrado.

Cuando el país empezó a sufrir esta crisis galopante, y dada la revolución de internet, la prensa escrita fue de las primeras industrias que sufrieron un retroceso salvaje. Como sabes el Daily Planet, se transformó en un periódico digital, y casi el total de la plantilla hubo de marcharse. Yo era una estrella, con un sueldo demasiado alto, y fui de los excluidos.

.- Pero….- Interrumpí.- Te hubieran cogido en cualquier otro periódico. Tu lo has dicho, eras una estrella.

.- Ahí entran la falta y la sobra de escrúpulos de las que hablaba.- Añadió entonces, con un velo melancólico en la mirada.- Para entonces Luthor se había hecho con la mayoría de los medios. Su superpoder es la astucia más ladina, mezclada con la riqueza más aplastante, y lleva jugando toda la vida a la consecución del poder en las sombras. Él no sabe quien soy, en realidad, pero si sabe que estoy muy unido a mi otra personalidad, así pues se dedico con todo su poder a cerrarme todas las puertas, en ese sector y en cualquier otro sector digno.

.- Pero eso es como reconocer que el malo se ha hecho definitivamente con el poder, que la falta de escrúpulos, el egoísmo y las malas artes, son las que triunfan.

.- Así es Jimmy. Creí que eso ya lo sabías antes de que también esa regla me alcanzara a mi.

.- ¡No puede ser, Clark!.- Exploté.- No te puedes rendir… tu… tu, ¡eres Superman! No puedes seguir disfrazado de muñeco absurdo en esa tienda. Es indigno.

.- Te equivocas.- Dijo él con toda la calma de su espíritu de “boy scout”.- Indigno es lo que hace él. Yo he encontrado un trabajo, me pagan por desarrollarlo lo mejor posible, y cumplo con esa obligación. Y, por encima de todo, sigo manteniendo la esperanza. Creo que, tarde o temprano, el mundo cambiará, creo que la gente reaccionará y hará frente común contra este estado de cosas, y seres como Lex Luthor serán marginados de la humanidad.

.- ¡Dios!, Clark. Parece que vivieras en Marte.

.- No, pero recuerda que vengo de Krypton, y efectivamente las cosas se ven distintas cuando eres de otro planeta.

En ese mismo momento comprendí que no podía hacer nada, que jamás podría convencerle de revelarse contra la situación, porque él era así, creía por encima de todo en la justicia, en la ley y en quienes las creaban, aunque le condujeran a este tipo de situaciones. Entonces, una lágrima corrió por mis mejillas al pensar que aquél tipo, el ser más poderoso de la Tierra, el ciudadano más honrado de Metrópolis, nuestra máxima esperanza, estaba convertido en aquél absurdo remedo de persona, expuesto en un escaparate, humillado por el peor ser humano que jamás hubiera conocido.

.- No seas tonto.- Prosiguió rápidamente.- Vuelvo a decirte que, tarde o temprano, esto cambiará. Volveremos entre todos a la buena dirección. Ya lo verás. Y, por favor, eso si te lo pido, me alegro enormemente de que sigas trabajando como fotógrafo y te hayas asociado con Peter Parker, pero destruye esa fotografía. Tu me has encontrado por casualidad mientras ejercías tu trabajo, pero es muy difícil que alguien más, conocido, me vea, y sobre todo que me reconozca. Y, por encima de todo, que jamás llegue a manos de Lois. Ella no lo soportaría.- Hizo una pausa dramática, y luego continuó, recobrando su energía.- Vamos, alegra esa cara. Verás como todo acaba bien, siempre ha sido así. Ahora tengo que dejarte, debo regresar al trabajo. Nos vemos, Jimmy.


Y el hombretón se levantó, se dirigió con paso firme a la sombrerería, entró y yo le perdí de vista, sobre todo porque no quise volver a mirar, mientras apretaba el botón de “delete” y enviaba al limbo aquella foto que jamás debió tener lugar.

martes, 17 de diciembre de 2013

La última estación


¡Ha ido de bien poco! ¿En qué demonios estaría yo pensando? Es increíble cómo se pierde la cabeza cuando las cosas nos desbordan. Se van acumulando problemas, van llegando uno tras otro sin tregua y, antes de que puedas asimilarlo, han minado tus defensas y tu voluntad. Y entonces, de repente, llega otra más y, ¡zas!, se produce un click en tu cerebro, en tu alma, se viene abajo todo el castillo de naipes en el que has basado tu vida y pierdes el control.

¡Has llegado justo a tiempo! Mira tú por dónde va a resultar también providencial que no seas tan escrupulosamente puntual como las demás. Ellas llegan justo cuando se ha acordado que lleguen, cuando está escrito. Sin embargo tú… tú has llegado oportunamente, justo cuando lo necesitaba.

Ahora me parece mentira que haya quien ni siquiera desee recibirte, quien ni siquiera te quiera tener en cuenta. Y, de hecho, aunque siga sin entender por qué, incluso que haya quien te aborrezca. 

Y, por otro lado, imagino que ese constante estar sujeto a la interpretación de cada uno debe producirte cierta esquizofrenia. Tal vez sea eso lo que me ha pasado a mi también. ¿Cuál de todos los yo, que viven dentro de mi, es el real? ¿Ese que es tan feliz a veces, o ese otro que apenas puede soportar la carga de su humanidad? y ¿cuál de los que ven e interpretan, en mí, los demás, soy yo?¿O soy todos ellos a la vez?

Demasiadas preguntas, siempre muchas más que respuestas… Igual que tú, tampoco yo soy el mismo para todos los que me conocen. Tú, por ejemplo, nada tienes que ver a los ojos de los adultos, en comparación con lo que eres a ojos de los niños. Y así como para muchos eres absolutamente feliz, para otros solo traes tristísimas sensaciones y recuerdos. Incluso, para muchos, parece que fueras tú la culpable del hambre del mundo, de los seres queridos fallecidos y de las desgracias que nosotros mismos provocamos.

Seguro que a ti, igual que a mí, te entristecen y desesperan todas las calamidades que te encuentras al llegar. Pero estoy seguro de que también te alegra que se te utilice, como excusa, para intentar hacerlo todo un poco mejor, aunque sea solo por unos días. ¡Si no vinieras, ni siquiera esos días lo intentaríamos! Tal vez, algún día, entendamos de una vez por todas que somos nosotros efectivamente los que podemos hacer mejor o peor la vida, que nada es malo ni bueno, es todo como lo hagamos nosotros y por tanto debemos estarlo intentando todo el año y no solo una temporada cada cierto tiempo.

Probablemente hasta ese día seguiremos también sin saber cuándo y cómo aparecer definitivamente, ni quién y cómo somos realmente tú o yo. De momento, en cualquier caso, yo doy gracias de que este año, para mí, hayas aparecido repentina y oportunamente. Al mismo tiempo que la primera nevada del año. ¡Cuando aún hay gente dispuesta a jurar que, dos días antes, se paseaba en manga corta! De hecho esta primera nieve hundirá algunos toldos que permanecen desplegados todavía para proteger a sus ventanas del sol de justicia que aún las asediaba.

Agradezco infinito que hayas llegado con los primeros gritos de los niños en la calle, y con sus batallas de bolas de nieve. Me alegro tan desmesuradamente, déjame que te explique, porque este año ha sido terrible. Las cosas no han ido bien para nadie y en efecto, se han ido acumulando desastre tras desastre, todo parece ir hacia atrás en todo el mundo. Ya sé que, de todas maneras, era una locura, pero han sido demasiadas desgracias… Con todo lo que me ha pasado, ni siquiera sabía ya en qué tiempo estaba, solo pensaba en hacer una barbaridad… Por eso subí a este tejado. Y estaba a punto de hacerla, cuando empezaron a caer los primeros copos, y empecé a oír los gritos, y las risas infantiles en la calle. Y entonces supe que llegabas tú.

Y, a pesar de todo, fue entonces cuando me asaltaron en tropel los recuerdos de otros años, de otros tiempos. Ha habido muchos buenos y malos momentos, pero son nuestra responsabilidad, y es nuestra responsabilidad hacer que sean buenos, ayudándonos unos a otros, enfrentándonos a los que se empeñen en hacérnoslo pasar mal.

Pero no te preocupes, de veras, ya no hay temor. Ve a hacer con los demás lo mismo que has hecho conmigo. Voy a quedarme aquí un rato, en el tejado, pero tranquila, no tengo la mínima intención de hacer barbaridades. Solo quiero quedarme aquí, relajado, contemplando la ciudad desde esta altura, recordando que, por encima de la miseria, de la penuria y de los malos espíritus, siguen existiendo la vida, los cielos abiertos y limpios, la nieve y las aves que sobrevuelan el caos. Y luego, cuando me haya llenado con ellos, voy a bajar con estos recuerdos, de tu mano, lleno de fuerza y energía y voy a luchar, a convencer a los demás de que luchen, contra quien y lo que haga falta, para que este año seas feliz, para que podamos serlo todos.

Porque quiero volver a vivir esos otros buenos momentos. Aquellas otras Navidades. ¡Te quiero! Acabo de recordar que eres desde siempre mi estación preferida, porque Primavera, Verano, Otoño, e Invierno, saben, en efecto, cuándo llegar y quiénes ser, pero tú llegas cuando quiere cada uno de nosotros, cuando cada uno lo necesita, independientemente de lo que uno sea y en lo que uno crea, solo hay que saber encontrar en ti lo mejor de cada uno de nosotros.

Porque en realidad tú eres una estación del corazón.

Así que voy a bajar de este tejado, voy a abrazar a todo aquel que me encuentre, y voy a gritarles a todos:
¡Feliz Navidad!

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Opaca es la ciudad


El Universo lo intuyó desde el mismo momento en que nacieron: aquellos dos habían sido hechos el uno para el otro.

Y de hecho, desde el momento de su nacimiento, ella siempre había soñado, exactamente con él. Él…, él la soñaba incluso despierto.

Aunque ambos preferirían vivir juntos en el paraiso, cualquiera de los dos, sin dudarlo, habría descendido a los infiernos por el otro. Los dos habrían sido capaces de las más espectaculares hazañas y de los más estrepitosos ridículos, por estar con el otro. Cualquiera de los dos hubiera creído en cualquier dios con tal de rogarle que el otro existiera y encontrarle. Hubieran rezado, y cantado, y reído, inundando de felicidad el mundo con el regalo de tal encuentro.

Los dos eran jóvenes, hermosos, llenos de humanidad, y de mágico atractivo. Cada uno de ellos con un inmenso tesoro de amor, fraternidad, amistad, y comprensión guardado para el otro, y ambos llenos de ansiedad por compartir esos tesoros y multiplicar su valor. Aquella pareja solo podía convertirse en la perfección más absoluta porque él era ella, y ella era él.
 
Y ahora, por fin, ahí estaban ambos frente a frente. ¡Solo unos metros les separaban! Y cuando, finalmente, se abrió el semáforo, ambos lo cruzaron. Y se cruzaron. Pero ninguno de los dos vio al otro, entre tal tumulto, sus almas distraídas no se reconocieron y se perdieron, alejándose, entre la densa muchedumbre. Muy probablemente la ciudad inmensa no les diera nunca otra oportunidad.

lunes, 24 de junio de 2013

The show must go on

Os escribo esta carta desesperada para poner en vuestro conocimiento ciertas falacias que corren, cada vez con más peligro de convertirse en realidades definitivas.

Ha llegado a mis oidos, por ejemplo, que, en la realidad, cuando Tarzán viajó a Nueva York, se quedó allí para siempre. Se embutió en un traje, se anquilosó y comenzó a engordar. Dicen que finalmente lo encerraron en el mismo manicomio en el que Drácula recibía a todo el mundo entonando, con su voz cavernosa, la misma frase tópica: “Bienvenido. Entre en mi casa por su propia voluntad”. Cuentan que ambos murieron chocheando. Mientras Tarzán exhalaba su postrer grito, Drácula se extinguía en su ataúd.

Aseguran que el más legendario Robin Hood, sin embargo, se corrió infinitas juergas aporreando, hasta el final de sus días, cualquier piano que le pusieran delante con su, al parecer, enorme… flecha. Pero finalmente también murió, alcoholizado y cirrótico.

Leí que el Joker más impresionante de la historia, después de tener en jaque al mismísimo Batman toda una vida, había muerto, triste y pateticamente, debido a una estúpida sobredosis accidental de barbitúricos.

Y…¡Superman! ¡Juran que Superman, el hombre de acero, el alien invulnerable a cualquier cosa que no fuera la kriptonita, tras pasar mucho tiempo confinado en ella, murió en una silla de ruedas! ¡Por una maldita y absurda caída de un caballo!

... En la realidad.

Pero no puede ser. ¿Qué saben los cronistas de la realidad acerca del mundo? Nada. El suyo no tiene nada que ver con esto. El mundo de la realidad es prosaico, decepcionante y aburrido, carente de imaginación y auténtica vida. Es un hecho demostrado que yo afirmo tajantemente: Cualquier tiempo imaginado fue mejor.

¿Quien es la realidad para escribir el final de nuestras historias? La realidad jamás tuvo nada que ver con esto. De hecho nuestras historias no tienen final, nuestros héroes nunca mueren del todo, tienen el poder de resucitar y volver a vivir sus aventuras, de tener una y otra, y otra oportunidad, e intentar mil veces mejorar el original.

Precisamente, no héroes sino auténticos superhéroes, han acudido finalmente en mi rescate, y espero que logren salvarme para poder seguir sembrando sueños, para seguir siendo fantástico, ilusionante, inspirador y esperanzador, pero… debemos ayudarles todos, cerrar filas en esta lucha, porque tal vez, solo tal vez, sea ya demasiado tarde.

Pontevedra ya no tiene cines. Acababan de cerrar el único que quedaba en la ciudad.

En Madrid, junio de 2013.
El Séptimo Arte.

sábado, 1 de diciembre de 2012

La espera



Están sentados al Sol, esperándola. Y no es una mala forma de esperar para quien vivió toda una existencia de desenfrenado movimiento sin rumbo ni patrón, sin rumbo fijo ni consentido patrón, y despreciando siempre las cartas de navegación. Hubo en esa existencia de todo, como es natural, alegrías y penas, pero las mejores vivencias se recuerdan siempre y las otras… por supuesto están ahí pero ¿quién piensa en ellas? La mayor parte de esa existencia fue buena, en realidad fue muy buena, y lo recuerdan ahora tendidos al sol.

Sin embargo, tras todo el tiempo transcurrido, y visto lo visto, se plantean qué hubiera ocurrido si pudieran cambiar algunas cosas… A priori prefirieron vivir, en lugar de jugar con las reglas de la sociedad, viajaron sin más por toda la tierra, en pos de las volantes migraciones, llenaron sus ojos y su alma con cielos y paisajes, con palacios, templos y pirámides, castillos, montañas y mares. Pero ahora, sentados en la calle, si pudieran cambiarían algunas cosas de las que hicieron…

Tras tantas vivencias, cambiarían algunas de esas cosas:  “Estamos solos, sin casa, sin tierras, sin una sola cosa a la que llamar nuestra…”

Todas las cosas que vivieron las disfrutaron tanto que habitan aún en sus cabezas, pero no se pueden tocar, ni se puede traficar con ellas. No tienen dónde alojarse, se abrazan en las aceras, se sientan en un parque y, sentados al sol, esperan. Nadie, ni siquiera esa otra incansable viajera que ahora viene, terca a por ellos y te encuentra en cualquier parte, podría quitarles nada por mucho que tengan. Porque nada tienen sustraible, nada les molesta, nada les pesa, llevan los bolsillos cargados de amor y de experiencias.

Y, sí. Lo tienen claro: si cambiarían algunas cosas de las hicieron, incluso aunque al hacerlo tuvieran que pagar el precio de vivir algunos años menos: Cambiarían, sin dudarlo, esos pocos momentos que aún perdieron persiguiendo sociales quimeras, jugando con las malditas reglas, haciendo caso a sueños locos de príncipes y princesas. Ahora, tras tantas experiencias, se arrepienten de no haber vivido más, aún más, y de no tener aún menos, porque les sobra todo, incluso lo poco que llevan.

Ella ya llega, y ellos ya hicieron más que suficiente: pasearon de la mano, se besaron en volcanes y en selvas, rozaron las estrellas, todos los días fueron suyos, y suya fue la Tierra entera. La reciben tranquilos, su sombra se acerca, es lo único que es: una sombra traviesa que se alarga, que viene a llevarse la nada que encuentra, tras vidas tan vividas, porque las experiencias ajenas no la alimentan. Solo la vida bebe de ellas.

sábado, 15 de septiembre de 2012

El acecho


La mañana era otra mañana cualquiera. El Sol me encontró siguiendo a un objetivo, empleando el más viejo de los trucos, utilizar los escaparates y espejos de los comercios para observar, en su reflejo, a quien estás siguiendo sin que él se aperciba de ello.

Cuando llevas mucho tiempo utilizando ese truco, casi diría que se termina viviendo la vida al revés o, por lo menos, observándola más tiempo así que como es en realidad. Y a veces, en el transcurso de las largas y aburridas pesquisas, incluso te asaltan dudas acerca de si no será esa, la del reflejo, la auténtica vida y, por tanto, esta que creemos la lógica, sea una vida al revés. Tal y como, despues de todo, casi siempre demuestra el resultado de la mayoría de las investigaciones. ¡Vidas falsas, disimuladas!

En fin, no quiero perderme por las ramas, fuera como fuese, fue así como los descubrí. Cuando ocurrió el corazón me dio un vuelco y, durante unos segundos, dudé de haber visto lo que había visto, y de mi salud mental.

En ese justo momento yo observaba a mi objetivo, que se había detenido, a través del gran espejo de una marquesina de la Gran Vía y él por supuesto permanecía absolutamente ajeno a esa vigilancia. Lo que yo no podía intuir de ninguna manera entonces, es que también era ajeno a ello el reflejo de mi víctima en el espejo. Ni la mínima idea de que, en el fondo, les estaban observando a ambos.

Así estaba dispuesta exactamente la escena cuando, por el rabillo del ojo, percibí que el individuo al que estaba siguiendo se movió de repente y comenzó a caminar de nuevo. Y, mientras mi corazón saltaba en el pecho, contemplé al mismo tiempo como, sin ningún genero de duda, su reflejo tardaba unas décimas de segundo en imitar su movimiento.

Durante ese instante el Universo entero pareció detenerse. Todo menos el alocado ritmo de mi corazón. Luego, a la velocidad de la luz, ¡aquel reflejo y solo el reflejo!, me miró directamente a los ojos dejando claro que se había dado cuenta de que yo lo había notado. Me dirigió entonces una mirada imperiosa, veloz, amenazadora, que  notoriamente demandaba, imponía, silencio. Después, a la misma velocidad vertiginosa, siguió imitando los movimientos de mi victima como si no hubiera pasado nada. Volvió a convertirse en reflejo.

Hasta aquel momento de mi vida yo había tenido un absoluto control sobre el universo, todo se había movido siempre dentro de los más estrictos parámetros de la lógica, la realidad, y las supuestas leyes naturales. A partir de ese día todo cambió.

Mi confianza absoluta en mis propios sentidos e instintos desapareció, se hizo añicos. Como consecuencia también toda mi seguridad. Todos los conocimientos adquiridos no significaban nada. Todas las verdades incontestables se tambaleaban. ¿Me había vuelto loco, o realmente había visto lo que había visto? En cualquiera de ambos casos el mundo entero había perdido sus cimientos.

Comencé a obsesionarme con los malditos reflejos, los vigilaba como si todos fueran objetivos, les seguía concretamente a ellos, los investigaba sin cesar. Me paraba horas frente a los escaparates de la Gran Vía, observaba los espejos colocados en las más disparatadas e inverosímiles posiciones hasta que me dolían y escocían los ojos y me dolía la cabeza. De vez en cuando creía percibir aquí o allá un ligero desajuste, pero siempre raudos veloces como la picadura de una serpiente, todo mi anhelo era volver a descubrir ese pequeño desarreglo, esa mínima descoordinación, en un principio con el objetivo de demostrarme  a mí mismo que no estaba loco, que podía fiarme de mis sentidos, que lo que había visto era real. Pero también, en el fondo, angustiado, rehén del miedo y la zozobra pues, si terminaba cerciorándome de esa verdad, ¿qué sería más inquietante: estar loco, o esa loca realidad alternativa?

Todavía no sé cómo, pero poco a poco la idea de que todo había sido cierto, de que aquellos reflejos tenían vida propia, de que existía un mundo lleno de “nosotrosmismos” obligados a vivir al revés, un mundo paralelo justo al lado del nuestro, se fue haciendo la única seguridad sobre la que habría apostado mi sombrero. ¡Un mundo en el que los santos serían diablos y los diablos santos! ¡Un mundo en el que el que lo bueno sería hacer el mal!

Y, lo peor de todo, después de ese descubrimiento, ¿qué seguridad podía tener de que no fuera yo el reflejo de otro? ¿Serán ellos nuestro reflejo, o seremos nosotros el suyo? Me invadió la zozobra de pensar que solo fuéramos un triste reflejo de otros, que seamos simples imitaciones de lo que otros hacen a su libre albedrío. Y, de ser así, ¿estarán siguiéndonos, vigilándonos? Ese reflejo al que observo constantemente ¿me estará vigilando a mí?

¿Miedo? Claro que tengo miedo. Tengo mucho miedo, no puedo dejar de observar, ni de observarme, no puedo dormir. Paso horas frente a los espejos, mirando a los demás y mirándome a mí mismo, mientras se me eriza la piel y me atacan escalofríos. Sonrío, guiño un ojo, hago muecas y me vigilo atentamente. Debo superar el miedo, debo saberlo, debo conocer la realidad, pero ¿qué será de mí, el día que mi reflejo me devuelva, un poco más tarde, la sonrisa, o no imite, de inmediato, el guiño de mi ojo?