martes, 31 de julio de 2012

Sombras nada más

Hace tiempo que lo vengo sospechando. Alguien sigue mis pasos en silencio. Me acecha desde aceras y paredes, y se oculta en oscuras oquedades, me sobresalta e inquieta mis reposos.

Me vuelvo y ¡zas! Desaparece, como un mago invisible y silente. Me imita como un mimo insolente, irreverente, y, a veces, incluso me sorprende anticipándose, adelantándose a mis pasos de repente.

Nunca se ni dónde está, ni desde dónde saldrá, no sé por qué me persigue, ni qué pretende. Ni siquiera sé quién es. Mas tampoco supe nunca quién soy yo, ni lo que quiero. No se por qué amo la paz, ni por qué, en la paz, guerreo. Desconozco por qué viajo entre paisajes internos, y por qué me causan daño, cuando yo soy quien los hiero. No sé por qué soy suma y resta, carne y hierro, suma y resta de gente a la que odio y a la que quiero, carne y hierro del cuerpo con el que amo y peleo.

Sospecho que sabe más de mí de lo que yo recuerdo de mí mismo y creo que viene a por mí, con tal descaro, que no me atrevo a voltear, cuando me paro, pues sé que va a estar allí… acechando. Y creo que, más tarde o más temprano, saltará sobre mi cráneo y lo abrirá de par en par, por permitirme escapar de esa cárcel mezquina en la que yo mismo me encierro. Y no deja de asombrarme que, a  presencia tan oscura, le dé precisamente vida el sol que me ilumina. ¡Qué lejanas las sombras de la luz y, sin embargo, qué unidas!

Me vuelvo y ¡zas!, me está mirando y, como ya dije, burlandose de mi, imitando mi vida.

Unas veces me asusta y, otras, me hace compañía. Enjuta y descarnada, oscura y descarada, es la sombra mía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario