martes, 17 de diciembre de 2013

La última estación


¡Ha ido de bien poco! ¿En qué demonios estaría yo pensando? Es increíble cómo se pierde la cabeza cuando las cosas nos desbordan. Se van acumulando problemas, van llegando uno tras otro sin tregua y, antes de que puedas asimilarlo, han minado tus defensas y tu voluntad. Y entonces, de repente, llega otra más y, ¡zas!, se produce un click en tu cerebro, en tu alma, se viene abajo todo el castillo de naipes en el que has basado tu vida y pierdes el control.

¡Has llegado justo a tiempo! Mira tú por dónde va a resultar también providencial que no seas tan escrupulosamente puntual como las demás. Ellas llegan justo cuando se ha acordado que lleguen, cuando está escrito. Sin embargo tú… tú has llegado oportunamente, justo cuando lo necesitaba.

Ahora me parece mentira que haya quien ni siquiera desee recibirte, quien ni siquiera te quiera tener en cuenta. Y, de hecho, aunque siga sin entender por qué, incluso que haya quien te aborrezca. 

Y, por otro lado, imagino que ese constante estar sujeto a la interpretación de cada uno debe producirte cierta esquizofrenia. Tal vez sea eso lo que me ha pasado a mi también. ¿Cuál de todos los yo, que viven dentro de mi, es el real? ¿Ese que es tan feliz a veces, o ese otro que apenas puede soportar la carga de su humanidad? y ¿cuál de los que ven e interpretan, en mí, los demás, soy yo?¿O soy todos ellos a la vez?

Demasiadas preguntas, siempre muchas más que respuestas… Igual que tú, tampoco yo soy el mismo para todos los que me conocen. Tú, por ejemplo, nada tienes que ver a los ojos de los adultos, en comparación con lo que eres a ojos de los niños. Y así como para muchos eres absolutamente feliz, para otros solo traes tristísimas sensaciones y recuerdos. Incluso, para muchos, parece que fueras tú la culpable del hambre del mundo, de los seres queridos fallecidos y de las desgracias que nosotros mismos provocamos.

Seguro que a ti, igual que a mí, te entristecen y desesperan todas las calamidades que te encuentras al llegar. Pero estoy seguro de que también te alegra que se te utilice, como excusa, para intentar hacerlo todo un poco mejor, aunque sea solo por unos días. ¡Si no vinieras, ni siquiera esos días lo intentaríamos! Tal vez, algún día, entendamos de una vez por todas que somos nosotros efectivamente los que podemos hacer mejor o peor la vida, que nada es malo ni bueno, es todo como lo hagamos nosotros y por tanto debemos estarlo intentando todo el año y no solo una temporada cada cierto tiempo.

Probablemente hasta ese día seguiremos también sin saber cuándo y cómo aparecer definitivamente, ni quién y cómo somos realmente tú o yo. De momento, en cualquier caso, yo doy gracias de que este año, para mí, hayas aparecido repentina y oportunamente. Al mismo tiempo que la primera nevada del año. ¡Cuando aún hay gente dispuesta a jurar que, dos días antes, se paseaba en manga corta! De hecho esta primera nieve hundirá algunos toldos que permanecen desplegados todavía para proteger a sus ventanas del sol de justicia que aún las asediaba.

Agradezco infinito que hayas llegado con los primeros gritos de los niños en la calle, y con sus batallas de bolas de nieve. Me alegro tan desmesuradamente, déjame que te explique, porque este año ha sido terrible. Las cosas no han ido bien para nadie y en efecto, se han ido acumulando desastre tras desastre, todo parece ir hacia atrás en todo el mundo. Ya sé que, de todas maneras, era una locura, pero han sido demasiadas desgracias… Con todo lo que me ha pasado, ni siquiera sabía ya en qué tiempo estaba, solo pensaba en hacer una barbaridad… Por eso subí a este tejado. Y estaba a punto de hacerla, cuando empezaron a caer los primeros copos, y empecé a oír los gritos, y las risas infantiles en la calle. Y entonces supe que llegabas tú.

Y, a pesar de todo, fue entonces cuando me asaltaron en tropel los recuerdos de otros años, de otros tiempos. Ha habido muchos buenos y malos momentos, pero son nuestra responsabilidad, y es nuestra responsabilidad hacer que sean buenos, ayudándonos unos a otros, enfrentándonos a los que se empeñen en hacérnoslo pasar mal.

Pero no te preocupes, de veras, ya no hay temor. Ve a hacer con los demás lo mismo que has hecho conmigo. Voy a quedarme aquí un rato, en el tejado, pero tranquila, no tengo la mínima intención de hacer barbaridades. Solo quiero quedarme aquí, relajado, contemplando la ciudad desde esta altura, recordando que, por encima de la miseria, de la penuria y de los malos espíritus, siguen existiendo la vida, los cielos abiertos y limpios, la nieve y las aves que sobrevuelan el caos. Y luego, cuando me haya llenado con ellos, voy a bajar con estos recuerdos, de tu mano, lleno de fuerza y energía y voy a luchar, a convencer a los demás de que luchen, contra quien y lo que haga falta, para que este año seas feliz, para que podamos serlo todos.

Porque quiero volver a vivir esos otros buenos momentos. Aquellas otras Navidades. ¡Te quiero! Acabo de recordar que eres desde siempre mi estación preferida, porque Primavera, Verano, Otoño, e Invierno, saben, en efecto, cuándo llegar y quiénes ser, pero tú llegas cuando quiere cada uno de nosotros, cuando cada uno lo necesita, independientemente de lo que uno sea y en lo que uno crea, solo hay que saber encontrar en ti lo mejor de cada uno de nosotros.

Porque en realidad tú eres una estación del corazón.

Así que voy a bajar de este tejado, voy a abrazar a todo aquel que me encuentre, y voy a gritarles a todos:
¡Feliz Navidad!

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Opaca es la ciudad


El Universo lo intuyó desde el mismo momento en que nacieron: aquellos dos habían sido hechos el uno para el otro.

Y de hecho, desde el momento de su nacimiento, ella siempre había soñado, exactamente con él. Él…, él la soñaba incluso despierto.

Aunque ambos preferirían vivir juntos en el paraiso, cualquiera de los dos, sin dudarlo, habría descendido a los infiernos por el otro. Los dos habrían sido capaces de las más espectaculares hazañas y de los más estrepitosos ridículos, por estar con el otro. Cualquiera de los dos hubiera creído en cualquier dios con tal de rogarle que el otro existiera y encontrarle. Hubieran rezado, y cantado, y reído, inundando de felicidad el mundo con el regalo de tal encuentro.

Los dos eran jóvenes, hermosos, llenos de humanidad, y de mágico atractivo. Cada uno de ellos con un inmenso tesoro de amor, fraternidad, amistad, y comprensión guardado para el otro, y ambos llenos de ansiedad por compartir esos tesoros y multiplicar su valor. Aquella pareja solo podía convertirse en la perfección más absoluta porque él era ella, y ella era él.
 
Y ahora, por fin, ahí estaban ambos frente a frente. ¡Solo unos metros les separaban! Y cuando, finalmente, se abrió el semáforo, ambos lo cruzaron. Y se cruzaron. Pero ninguno de los dos vio al otro, entre tal tumulto, sus almas distraídas no se reconocieron y se perdieron, alejándose, entre la densa muchedumbre. Muy probablemente la ciudad inmensa no les diera nunca otra oportunidad.

lunes, 24 de junio de 2013

The show must go on

Os escribo esta carta desesperada para poner en vuestro conocimiento ciertas falacias que corren, cada vez con más peligro de convertirse en realidades definitivas.

Ha llegado a mis oidos, por ejemplo, que, en la realidad, cuando Tarzán viajó a Nueva York, se quedó allí para siempre. Se embutió en un traje, se anquilosó y comenzó a engordar. Dicen que finalmente lo encerraron en el mismo manicomio en el que Drácula recibía a todo el mundo entonando, con su voz cavernosa, la misma frase tópica: “Bienvenido. Entre en mi casa por su propia voluntad”. Cuentan que ambos murieron chocheando. Mientras Tarzán exhalaba su postrer grito, Drácula se extinguía en su ataúd.

Aseguran que el más legendario Robin Hood, sin embargo, se corrió infinitas juergas aporreando, hasta el final de sus días, cualquier piano que le pusieran delante con su, al parecer, enorme… flecha. Pero finalmente también murió, alcoholizado y cirrótico.

Leí que el Joker más impresionante de la historia, después de tener en jaque al mismísimo Batman toda una vida, había muerto, triste y pateticamente, debido a una estúpida sobredosis accidental de barbitúricos.

Y…¡Superman! ¡Juran que Superman, el hombre de acero, el alien invulnerable a cualquier cosa que no fuera la kriptonita, tras pasar mucho tiempo confinado en ella, murió en una silla de ruedas! ¡Por una maldita y absurda caída de un caballo!

... En la realidad.

Pero no puede ser. ¿Qué saben los cronistas de la realidad acerca del mundo? Nada. El suyo no tiene nada que ver con esto. El mundo de la realidad es prosaico, decepcionante y aburrido, carente de imaginación y auténtica vida. Es un hecho demostrado que yo afirmo tajantemente: Cualquier tiempo imaginado fue mejor.

¿Quien es la realidad para escribir el final de nuestras historias? La realidad jamás tuvo nada que ver con esto. De hecho nuestras historias no tienen final, nuestros héroes nunca mueren del todo, tienen el poder de resucitar y volver a vivir sus aventuras, de tener una y otra, y otra oportunidad, e intentar mil veces mejorar el original.

Precisamente, no héroes sino auténticos superhéroes, han acudido finalmente en mi rescate, y espero que logren salvarme para poder seguir sembrando sueños, para seguir siendo fantástico, ilusionante, inspirador y esperanzador, pero… debemos ayudarles todos, cerrar filas en esta lucha, porque tal vez, solo tal vez, sea ya demasiado tarde.

Pontevedra ya no tiene cines. Acababan de cerrar el único que quedaba en la ciudad.

En Madrid, junio de 2013.
El Séptimo Arte.