miércoles, 11 de diciembre de 2013

Opaca es la ciudad


El Universo lo intuyó desde el mismo momento en que nacieron: aquellos dos habían sido hechos el uno para el otro.

Y de hecho, desde el momento de su nacimiento, ella siempre había soñado, exactamente con él. Él…, él la soñaba incluso despierto.

Aunque ambos preferirían vivir juntos en el paraiso, cualquiera de los dos, sin dudarlo, habría descendido a los infiernos por el otro. Los dos habrían sido capaces de las más espectaculares hazañas y de los más estrepitosos ridículos, por estar con el otro. Cualquiera de los dos hubiera creído en cualquier dios con tal de rogarle que el otro existiera y encontrarle. Hubieran rezado, y cantado, y reído, inundando de felicidad el mundo con el regalo de tal encuentro.

Los dos eran jóvenes, hermosos, llenos de humanidad, y de mágico atractivo. Cada uno de ellos con un inmenso tesoro de amor, fraternidad, amistad, y comprensión guardado para el otro, y ambos llenos de ansiedad por compartir esos tesoros y multiplicar su valor. Aquella pareja solo podía convertirse en la perfección más absoluta porque él era ella, y ella era él.
 
Y ahora, por fin, ahí estaban ambos frente a frente. ¡Solo unos metros les separaban! Y cuando, finalmente, se abrió el semáforo, ambos lo cruzaron. Y se cruzaron. Pero ninguno de los dos vio al otro, entre tal tumulto, sus almas distraídas no se reconocieron y se perdieron, alejándose, entre la densa muchedumbre. Muy probablemente la ciudad inmensa no les diera nunca otra oportunidad.

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